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21 de mayo de 2011

LA NOVIA DE 16 AÑOS !

A los dieciséis años las chicas comienzan a hacer sus primeras incursiones en el campo amoroso. Si bien hay algunas que a esa edad ya tienen "kilómetros" de experiencia, hay que reconocer que son las menos y que la gran mayoría de ellas recién está arrancando. Y estas chicas no se fijan en chicos de su edad. Para ellas son como bebés de pecho. Y ellos verdaderamente desearían serlo, porque ésa sería la única manera de tener contacto con una teta. Qué edad jodida, los dieciséis en un hombre. A menos que seas una versión adolescente de Brad Pitt, las minas de tu edad no te van a dar pelota, porque van a tener los sentidos puestos en los de dieciocho/diecinueve años. Las de catorce/quince están cepillando el cabello de las Barbies y las de veinte se están cepillando a uno de veintitrés. Conclusión, a los dieciséis años los hombres se desesperan por arrancar su vida sexual pero no tienen a nadie que les dé una mano. Por lo tanto, qué mejor que la propia. Las chicas en cambio tienen a su disposición a todos los de dieciocho/diecinueve, a los cuales por fin se les está empezando a dar lo que anhelan desde los dieciséis. Estos pibes de dieciocho/diecinueve, y por qué no de veinte, que se enganchan con una de dieciséis están en el horno. Al comienzo de la relación estas chicas los ven como semidioses. Sienten que son el amor de sus vidas, que sin ellos se mueren, y ni lerdas ni perezosas se lo hacen saber. Y los pibes entran como por un tubo creyéndoles hasta la-última
palabra, sin detenerse un segundo a pensar en la posibi lidad de que ese amor que ella expresa pueda desaparecer en algún momento o, lo más común, "cambiar de manos". Es así como la relación avanza y los encuentra tres años más tarde con diecinueve y veintitrés años respectivamente, donde el cuadro de situación inicial en el que ella era una niña embobada con un chico más grande ha pasado a ser el siguiente: una chica que tiene doscientos tipos alrededor intentando levantársela y que por ende comienza a plantearse que no ha vivido lo suficiente, que no conoce otra cosa en el plano sexual que su novio, que quiere salir con las amigas (y sin el novio, por supuesto) a sentirse "las diosas de los boliches", que probablemente tenga algún admirador en la universidad o en el club que a ella también le atraiga. Por otro lado, un tipo ya grandecito siente que esa chica es "el amor de su vida", que sin ella se muere, que tiene la seguridad
de que ella jamás podría dejarlo porque durante tres años (aunque el último año menos) le estuvo diciendo que jamás podría mirar a otro, que se quiere casar y tener hijos con él, que lo quiere, que lo ama, que lo necesita, etc. Cuando se produce la ruptura lo primero que viene a la mente del chico es esa nefasta e incoherente frase de tres palabras: "No puede ser". Nefasta porque le duele enormemente pensarla, e incoherente porque "no puede ser", pero "es". Lo está dejando. ¿Y por qué él piensa que no puede ser? Porque durante todos esos años tomó por verdaderas las afirmaciones de ella. Porque la posibilidad de imaginarse siquiera que a "su niña" otro asqueroso depravado hijo de puta la pueda engatusar por medio de ardides y artimañas para tener relaciones sexuales con ella le resulta aterradora. Porque siempre estuvo convencido de que si él fue el primero en todo, ella no podría dejar de amarlo y tener algo igual con un segundo. Convencimiento que no se sabe de dónde sacó, pero que lo tenía. Por eso el "no puede ser". Ese "no puede ser" es el que lo lleva a intentar recuperar la relación por medio del convencimiento, intentando que ella "recapacite" y retorne a la senda del bien. "Hablemos... por favor, hablemos." "Entiendo que estés confundida, yo voy a estar acá esperándote." "Mírame y decime que no me amas." "Pero... yo te quiero y no puedo vivir sin vos." "Dame una oportunidad." "No podemos tirar todos estos años a la basura." Estas y muchas frases similares son las que terminan de sepultar la relación y logran cambiar definitivamente esa imagen de "semidiós" inicial a la de "boludo total". Una vez que esa última imagen está lograda, es absolutamente irreversible. Una mujer siempre prefiere un hijo de puta a un boludo, porque siente que el hijo de puta puede cambiar, en cambio de boludo no se vuelve.

El tipo que a los veinte se enganchó con una de dieciséis/diecisiete es bueno que esté preparado. Que no crea que su novia es diferente de las chicas mencionadas en este capítulo, que muchos preferirían no haber leído. Si resulta que lo es, maravilloso. Porque, como todo, esto también tiene excepciones. Pero la realidad es que esas excepciones se cuentan con los dedos de una mano.

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